domingo, 22 de febrero de 2009

INTOXICACIÓN PRO-MONÁRQUICA DE LA TELEVISIÓN PÚBLICA ESPAÑOLA

Antonio Flórez
A este lado del Rubicón


Esta noche, la primera cadena de TVE ha perpetrado un acto de intoxicación masiva de la ciudadanía española, mediante la emisión del publireportaje titulado "23-F. El día más difícil del Rey". Sólo con ese título, ya pueden darse ustedes cuenta de que, una vez más, la televisión pública acude en ayuda de la imagen, tremendamente deteriorada en los últimos años, de un monarca acosado por los asomos de escándalo.

Pocas cosas han dejado de decirse de Juan Carlos Borbón en lo que respecta a su pulsión hacia la buena vida y el incremento desmesurado de su fortuna personal, así como sobre los medios más que dudosos con los que ha ido engrosándola. Y cada vez que se ha corrido tal o cual rumor, inmediatamente ha surgido una campaña de enaltecimiento de la monarquía, así escrito, con minúscula, primero porque quien la ostenta no merece más y, segundo, porque la institución misma, caduca y reaccionaria, debe ser descrita de ese modo antes de que la historia la barra a uno de sus oscuros rincones.

Y siempre se trata de rumores, puesto que el férreo pacto de silencio tutelado por los dos grandes partidos españoles, PSOE y PP, acude siempre en socorro de este monarca bien sea bajo la forma de actuaciones desmesuradas e inconstitucionales de la Fiscalía, bien sea bajo la maliciosa y falsaria conducta de los medios de comunicación (en buena y fraternal compaña, aquí sí, los públicos y los privados), que ocultan y maquillan lo que sea menester.

Pero la meliflua apuesta que esta noche ha lanzado La Uno (complementada con la segunda parte que piensan emitir el próximo jueves y con la versión más cínica que Antena 3 ha emitido esta noche a la misma hora) supera en mucho cuantas memeces he tenido que soportar en los últimos dieciocho años, desde aquel malhadado 1981 hasta hoy. En la versión de ahora, al personaje de Juan Carlos le ha faltado echarse a llorar por la traición de sus queridos generales y por ponerle éstos en boca de golpistas, como si fuera consentidor y hasta partidario del golpe. ¡Vamos, hombre, mencionarle a él como cabeza del golpe de Estado, con lo demócrata que había sido siempre y con lo mucho que se había distinguido siete años antes (pongamos por caso) por su oposición a Franco, de todos conocida!

Claro que, bien pensado, tanta muestra fanática y descabellada de adhesión inquebrantable a la Corona no puede significar más que ésta se encuentra insegura, que todos piensan que su prestigio ha mermado extraordinariamente y que el día menos pensado, quizás tras el fracaso de alguna alianza civilizatoria, la ciudadanía de este país puede dar una sorpresa de esas que se dan a veces en la historia, y dejar con un palmo de narices al monarca y a sus súbditos. Que súbditos parecen todos cuantos le bailan el agua tan servilmente, y no ciudadanos, como se supone que son.

La última república que en España hubo se instauró precedida de unas elecciones municipales. Ojalá que la próxima, si la hay, entre por la puerta grande de una reforma constitucional como es debido, que certifique lo que esté en la mente de una mayoría de españoles sin necesidad de ocultaciones ni puertas traseras.


A este lado del Rubicón

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